Caravia es una mina
Reparadas las heridas de los pozos de fluorita, la capital caraviense supera la reconversión y exhibe su ubicación bien comunicada para buscarse un futuro turístico sin renunciar a la alternativa agraria e industrial
MARCOS PALICIO / Prado (Caravia)
Ese prado de verdor intenso que hoy controlan las gallinas era no hace demasiado, nadie lo diría, el enorme socavón de una mina a cielo abierto. Ahora es verde y tiene un hórreo, y un gallo gobierna sin aspavientos esta escena bucólica que apenas tres décadas atrás tenía camiones y polvo, ruido y barro en el boquete marrón de una explotación de fluorita. En Caravia Alta no hace falta haberse hecho viejo para recordarlo, eso que parece un lago era una balsa, y prácticamente todo el pueblo, una mina, pero hoy no sería posible descubrirlo sin ayuda. El tiempo ha curado las cicatrices de la minería sin dejar apenas rastro de la sutura y ha convertido Caraviaen otra cosa. Ni un castillete, ni el resto abandonado de una bocamina, únicamente desentona una construcción de madera gris que fue sala de máquinas y espera su demolición reconvertida en almacén municipal. «Aquí hemos pasado todas las reconversiones», dirá después muy gráficamente algún vecino de Prado, oficialmente la capital del concejo y en realidad el barrio de Caravia Alta que aloja el Ayuntamiento. Se agotó el espato flúor y pasó la mina, así, sin anestesia ni fondos mineros, y casi al mismo tiempo se estaba transformando el campo y poco a poco retoñaba el turismo, porque el arenal de Morís, su playa, ya no era marrón ni había barro por las calles y la Autovía del Cantábricohabía acercado Caravia al resto del mundo... Total, un pueblo restaurado, nuevo, que después de todo sigue siendo una mina.
O eso dicen aquí. La situación y las buenas comunicaciones y el mar a un kilómetro y ochocientos metros ofrecen una oportunidad para jugarse el futuro al turismo sin dar la espalda a la industria o la ganadería. Ésta es una de las alternativas para tratar de cauterizar la herida demográfica que en la primera década de este siglo marca el paso de 330 habitantes a 300 en la parroquia de Caravia Alta y de 211 a 190 si solamente se cuentan los de Prado. «Emparedado» entre Colunga y Ribadesella, el tercer concejo más pequeño deAsturias perdió en torno a un treinta por ciento de su población con el cierre de las minas a comienzos de los años ochenta, y su capital, transformada física y económicamente, no renuncia ahora, restañadas todas aquellas heridas, a ningún complemento para su decisión prioritaria de jugársela a su capacidad de atraer turistas. «Si hay actividad económica, habrá población». El punto de partida del alcalde,Pablo García Pando, agradece que la escuela siga abierta en Caravia Alta -los niños de la Baja, la otra parroquia del concejo, van a clase a Colunga- y que la población flotante de los fines de semana se empeñe en desmentir al censo: «Hay raíces y se sigue manteniendo la vinculación con el pueblo», celebra. «Las casas no se cierran».
El paisaje más rural que urbano de Prado esconde construcciones estimables que dejan ver la potencia del capital indiano, y el problema, aquí también, son los rigores de un invierno que Manuel López, propietario del camping de Morís, sufre en la obligación de abrir sólo deSemana Santa a septiembre. En su establecimiento, mil plazas y veinte años, abierto en la época del «estás loco» y «adónde vas con un camping aquí», cabría casi el doble de la población de Caravia. Trabajan «entre veinte y treinta personas» para el lleno de julio y agosto, pero no hacen falta cuando el camping duerme en temporada baja y su propietario asume esa «asignatura pendiente» para el sector en el pueblo y el concejo. «Esto tiene atractivo suficiente para llenarse en otras épocas», afirma el Alcalde, que escarba en busca de soluciones en las iniciativas del plan de dinamización turística que Caravia comparte con Piloña y Parres. Para ir comiéndole terreno al invierno, aquí hay en octubre una competición de surf puntuable para el Campeonato de España; el próximo fin de semana, un festival de cometas en Morís, algo de escalada «boulder» -sin sujeción y sobre superficies artificiales-... Son pequeñas iniciativas que «hacen que se mueva mucha gente alrededor», apunta Alejandro Alonso, concejal y organizador, y ayudan a conseguir que «la gente que viene a Caravia siga siendo nuestro mejor embajador». Se trata de hacerse valer para que se sepa que Prado está cerca, que «la autovía nos ha colocado en un sitio privilegiado» -a poco más de media hora de Oviedo y Gijón, pero también a dos horas de Bilbao y «a tres y cuarto de Valladolid», se vende Manuel López- y que, en fin, a pesar del retraso de la reconversión industrial, ya hace tiempo que esta parte del Cantábrico existe y se ve más verde que marrón.
De la receta que organizó ese tránsito saben mucho en la cocina del hotel Caravia, que abrió en 1968 cuando el turismo no era el futuro ni se adivinaba en aquel pueblo cruzado por minas y camiones de fluorita. Empezó dando de comer a los obreros, rememora Roberto Artidiello, uno de sus propietarios, y ha terminado reconvertido, él también, a establecimiento turístico, pasando «de chigre de pueblo a referencia en el Oriente», presume. El turismo de aquí, por lo demás, tiene la dimensión del pueblo, está hecho en la misma escala manejable que esta localidad de apenas tres centenares de habitantes y todavía no amenaza con romper su calma. Aparte del camping, que ha crecido junto al arenal de Morís, la oferta es la del hotel con sus veinte habitaciones y las de una casa rural y unos apartamentos. Suficiente, de momento. La playa está aquí, la montaña y el Sueve, también, y con la Autovía del Cantábrico explotó un «boom de visitantes». «Soy bastante optimista con el turismo», sentencia Pablo García Pando, persuadido de que diferenciarse cuesta cuando por un lado del mapa emerge Ribadesella y por el otro se ve Colunga. Poco a poco, recomienda, habrá que enseñarse en conjunto, atraer «primero hacia Asturias, luego al Oriente y al final a Caravia».
Mina Jaimina es el residuo minero y un polígono industrial, «símbolo del cambio»
Del pasado minero queda abierta una explotación, mina Jaimina, que se va agotando en la salida de Caravia hacia Colunga, pero ni el pueblo ni el concejo renuncian a la industria que movió toda su economía no hace demasiado tiempo. Jaimina es un residuo con 24 trabajadores del que salen al día entre dieciocho y veinticinco camiones con entre dieciséis y dieciocho toneladas de espato flúor en cada uno, calcula José Ramón Fernández, vigilante. José Llera, que conduce uno de ellos, comprueba día a día que la minería aquí no es lo que era. La fluorita que sale de las minas asturianas -sobreviven junto a ésta otra en Loroñe (Colunga) y una más en Corvera- figura entre las más apreciadas del mundo para los coleccionistas y, una vez procesada en el lavadero de Mina Ana, en Torre (Ribadesella) se transformará en ácido fluorhídrico para la industria química o para ser componente esencial de materiales como el teflón o el freón. Pero queda poca más que sacar de Jaimina, poco mineral en las galerías que siguen debajo de la tierra en Caravia, que se hizo minera en torno a 1938 y que tiene su propia «historia negra» con un accidente que se llevó cinco vidas en marzo de 1982.
Agotada o en vías de liquidación la fluorita, el «símbolo del cambio del municipio» es, al decir del Alcalde, un polígono industrial en proceso de desarrollo con 22 parcelas, todas vendidas, que ha atraído empresas desde Colunga y Ribadesella, alguna con inversión millonaria en euros. José Luis Gutiérrez y José Carlos Soto, que trajeron hasta el parque empresarial de Carrales su carpintería metálica de cuatro trabajadores, justifican la selección del sitio en la competencia, menor aquí que en el sitio de donde proceden,Ribadesella, y en la escasez del suelo industrial al otro lado, en Colunga. Llevan año y medio por su cuenta y, «de momento, hemos acertado», hacen balance a dúo.
Se percibe algún motivo más de queja en la ganadería. Caravia Alta asimila sus nueve explotaciones a las del resto de un entorno sometido a los rigores de «una profunda crisis», afirma un ganadero de la zona. En Prado gana la carne a la leche, que cuenta con una única instalación, pero vale para todas el examen que concluye que aquí las dificultades son de ésas que «se agudizan cada vez más». Esta otra reconversión de Caravia promete por eso hacerse más lenta e intrincada que la industrial a no ser que se apruebe la improbable asignatura pendiente de «dar valor al trabajo de las personas», porque aquí como en el resto de la ganadería y el campo asturiano «los productos se venden a un precio de mercado por debajo del coste de producción» y las tarifas siguen, concreta alguno, «en niveles inferiores a los de hace veinte años». Si a eso se añade que el sector depende de las ayudas y que esas tienen la fecha de caducidad fijada en 2013, el panorama se oscurece con la amenaza de estos problemas que ni mucho menos son privativos de este pueblo ni de este concejo.
Las peculiaridades demográficas de Prado y Caravia, tampoco. Por aquello del envejecimiento recurrente en el medio rural asturiano, la tarea de asentar a la gente joven no convierte en razonable «que los mayores tengan que marcharse». El Ayuntamiento, confirma elAlcalde, «ha invertido bastante en ayuda a domicilio y tenemos un centro rural de apoyo diurno adonde van todas las tardes después de recogerles en sus casas. Es importante no desarraigar a la gente cuando llega a una edad, que se puedan quedar en su entorno. Y losServicios Sociales, además, también crean empleo», concluye Pablo García Pando.
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